9 de septiembre de 2009

Materia y mirada

Veo en el metro cada día imágenes como la que hay sobre estas líneas. Como ésta en concreto, del fotógrafo Javier Sánchez Salcedo, o como cualquiera de las incluidas en su álbum MetroLand.

Sin embargo, nunca las he visto de este modo. Me refiero a que, para mí, viajera de las 8.20 a.m., los andenes no son líneas en fuga y la rodilla de mi compañera de vagón, que revisa sus apuntes, a duras penas suele ser el centro de un mundo en el que confluyen luces, trenes y estaciones.

Siempre me faltó ojo para estas cosas. Y quizás por eso tengo claro que la foto nunca está ahí fuera. La realidad (el bolso a cuadros, el tren parado, las líneas del andén...) no hace la imagen. Como tampoco creo que la vida haga necesariamente al arte ni el amor al verso.

En cierto modo, las imágenes de MetroLand me recuerdan que la foto está en el ojo del fotógrafo, igual que el poema habita en la retina del poeta. Y digo en su retina -y no en su corazón o en su lengua-, porque escribir poesía a menudo consiste en ver. En enfocar la realidad con una perspectiva determinada y alumbrarla con una luz que es el color del cristal con el que el poeta mira el mundo. A la unión de estas dos cosas, enfoque y luz, hay quienes prefieren denominar "voz propia".

Y así ocurre que el poeta, como buen fotógrafo, selecciona un fragmento del entorno inabarcable y lo congela en el tiempo. Éste convierte la imagen en fotografía; aquél, la realidad en materia poética.

Porque con el tiempo me convenzo de que el objeto poético no existe, y en vano hacemos poesía del paisaje motivador o de un estado de ánimo determinado creyendo, ingenuamente, que es la realidad (psíquica o tangible) lo que inspira al poema. Lo único que es esencialmente poético es la mirada del artista; sin ella no hay poesía. Es más, desde la humildad de un ojo que sólo consigue ser artista a ratos, sostengo que la poesía no es nada más que una forma de mirar.

“Lo que deslumbra hiere”, decía el poeta salmantino Aníbal Nuñez. La claridad rotunda con la que a veces se manifiestan las cosas es el mayor golpe para el ojo del poeta. También es su mayor don. La realidad, fija en su retina lo deslumbra y lo conmueve. Por eso escribe. Para eso escribe.

Para acceder a MetroLand, de Javier Sánchez Salcedo:
http://www.flickr.com/photos/mndigital/sets/72157600017481753/

4 comentarios:

  1. "Lo que deslumbra hiere". Pero vamos a ver. Si la mujer me deslumbra con su coche me estrello. Y si me deslumbra por su inteligencia o físico, yo débil, también. Esto contradice a la entrada final en la que se cita a Maillard. ¿Estamos?. En fin.

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  2. Yo estoy de acuerdo con lo que dice en la entrada de Chantal acerca del poeta que habla más de su poema que el poema mismo hablando de lo suyo. Solución; el poeta habla de sí mismo.

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  3. Pues a los ojos del resto eso es un problema -a los míos propios también lo sería- pues aunque estén más ansiosos por saber de la figura que de la obra, siempre pueden acabar equivocándose en su expresar. A no ser que vivan poéticamente. Es decir, que hablen como poetas.

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  4. Creo que tienes razón. Cioran ya lo escribió; "No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción".

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